Las pinturas esquemáticas del Abrigo de La Calderita

El Abrigo de La Calderita se localiza a dos kilómetros al suroeste de La Zarza, en la sierra de Peñas Blancas. Hasta allí podemos llegar fácilmente saliendo del casco urbano por la calle que lleva su nombre, al sur de la localidad. Tras cruzar la carretera de circunvalación tomamos el camino que, recto, nos ofrece una amplia panorámica del valle del arroyo de La Calera, con la sierra de Peñas Blancas al fondo, donde destacan las cresterías a las que nos dirigimos. A poco de cruzar el arroyo de Las Molineras tomaremos una estrecha senda a nuestra izquierda. Entre olivos y almendros el camino nos conduce hasta la pronunciada ladera, donde la vegetación autóctona propia de las umbrías serranas (jaras, madroños, acebuches, cornicabras, encinas…) da paso a los afloramientos de cuarcita. Aquí, la inclinación de los estratos rocosos genera una potente “ceja” en cuya base encontramos nuestro abrigo. Una pasarela metálica nos facilita la aproximación y la contemplación de este conjunto de pinturas rupestres.

Camino a las pinturas, en las cresterías del fondo.
Estas representaciones de La Calderita fueron descubiertas para la ciencia por el abate Henri Breuil, quien entre 1915 y 1917 recorrió las serranías de Badajoz documentando este tipo de manifestaciones, dándolas a conocer en diversas publicaciones. Casi un siglo después, en enero de 2011, el Abrigo de La Calderita fue declarado bien de interés cultural (BIC), lo que supone la máxima categoría de protección.

La pintura rupestre esquemática se encuentra sobre superficies rocosas, normalmente en covachas (abrigos) y paredes al aire libre. Representan figuras de factura esquemática, es decir, que simplifican las formas de elementos reales (humanos, animales y objetos), aunque es frecuente que se trate de representaciones abstractas de ideas, generalmente con motivos de tendencia geometrizante. Las pinturas de La Calderita forman parte de este fenómeno cultural, que tiene una extensa difusión en la Península Ibérica y otras áreas próximas. En Extremadura el arte rupestre esquemático es muy frecuente, y concretamente en la provincia de Badajoz encontramos abundantes ejemplos en todas las cresterías cuarcíticas que se levantan sobre la penillanura. Tal es el caso de las próximas sierras de Hornachos y de Oliva, el Cerro de la Culebra en Alange, las sierras de La Gragera y de San Serván; es decir, el conjunto de sierras centrales de las que forma parte la sierra de Peñas Blancas.

Las estaciones de pintura rupestre no eran lugares de asentamiento y, por lo general, carecen de referencias sobre los grupos humanos que las produjeron, ya que no pueden asociarse a restos arqueológicos, construcciones o elementos funerarios. Esta circunstancia hace difícil concretar su cronología. No obstante, existe un consenso generalizado entre los investigadores, que están de acuerdo en datar estas pinturas entre finales del Neolítico (IV milenio a.C.) y la I Edad del Hierro (I milenio a.C.). Es decir, que presentan una antigüedad de entre 5.500 y 2.500 años aproximadamente. Los grupos humanos que las produjeron, por lo tanto, desarrollaban ya una economía plenamente productiva a través de la agricultura y la ganadería, aunque seguían explotando los recursos del medio a través de la caza y la recolección. Las pinturas de La Calderita probablemente se enmarcan principalmente en la Edad del Cobre o Calcolítico (III milenio a.C.), periodo en el que se produjo la primera ocupación humana extensiva del territorio extremeño. De esta etapa prehistórica se documenta un gran número de poblados en Tierra de Barros, como los de La Pijotilla (Badajoz) y Palacio Quemado (Alange). De este momento es también el conjunto funerario de Huerta Montero (Almendralejo), asociado a un poblado próximo. Estos poblados calcolíticos tienen una clara vocación de control y explotación de la tierra, por lo que suelen presentar estructuras defensivas (murallas). La ocupación más próxima a La Calderita de esta etapa es el Cerro Alanjón, en la confluencia de los ríos Matachel y Guadiana. Se trata de un cerro dominante que cuenta, además de con un alto valor estratégico, con un extenso territorio arable en la zona de la vega. A los usos agrícolas se añaden los ganaderos, pues aquí se documentan restos de cabra, oveja y cerdo, complementando sus recursos económicos con la caza (ciervo). En el II milenio a.C., durante la Edad del Bronce, los grupos humanos se caracterizaron por una mayor complejidad, dando lugar a la consolidación de las jefaturas. Los poblados fortificados se establecieron entonces en enclaves más elevados, con mayor potencial estratégico para el control del territorio y de sus recursos minero-metalúrgicos, cuyo ejemplo más destacado en nuestra zona es el próximo Cerro de La Culebra (Alange). Las pinturas de La Calderita son el reflejo simbólico de los modos de subsistencia y de la organización social de estos grupos humanos, asentados en lugares de amplia visibilidad y control de pasos naturales, particularmente la conexión entre Tierra de Barros y las Vegas del Guadiana.

Grupo de alumnos en el abrigo de La Calderita.
Respecto a la técnica empleada para la factura del arte rupestre esquemático, predominan los trazos lineales elaborados a base de tintas planas. La pintura era preparada mediante pigmentos de origen mineral, principalmente óxidos férricos de tonos rojizos, que tras su preparación eran disueltos en agua o mezclados con un aglutinante graso de origen vegetal o animal. La impresión se realizaba directamente con los dedos o con pinceles fabricados con pelo, plumas o fibras vegetales.
Los pictogramas presentan distintos grados de abstracción o simplificación de los rasgos, y en general las figuras se caracterizan por su rigidez y esquematismo, con pocos detalles narrativos. En el estudio de las pinturas rupestres esquemáticas generalmente se establecen tres tipos de representaciones: antropomorfos (figuras humanas), zoomorfos (figuras animales) e ideomorfos (signos abstractos y de factura geométrica). Entre los primeros en La Calderita hay numerosos ejemplos: figuras masculinas y femeninas de tipo ramiforme (eje vertical cruzado por trazos horizontales, simulando el tronco y las extremidades respectivamente) y otras de tipo triangular (con dos o tres triángulos inversos y superpuestos). Entre las figuras zoomorfas se distribuyen por varios de los paneles distintos ejemplos de cuadrúpedos del tipo pectiniformes (un trazo horizontal y varios verticales, recordando a un peine). Los ideomorfos están representados por tectiformes (formas reticuladas que se asocian a mapas, construcciones o trampas), soliformes (sol), puntos y digitaciones.

Panel con antropomorfos, zoomorfos y geométricos.
Y llega la cuestión fundamental: ¿qué significan estas representaciones? Afortunadamente no lo sabemos. Y digo afortunadamente porque sólo la duda, la curiosidad, el querer saber, nos impulsan a indagar, a buscar, a conocer. Y es evidente que aún no conocemos nuestro pasado, al menos no suficientemente. La localización espacial de las pinturas en el territorio, su distribución en las paredes y abrigos, la agrupación de las figuras,… todo nos parece desde nuestra perspectiva actual desordenado y aleatorio, sin una lógica interna. Y el grado de esquematismo, que llega a la abstracción, complica aún más las cosas. Esta “falta de lógica” llevó a interpretar estas manifestaciones en un primer momento como simple expresión ornamental (el arte por el arte). A este pobre enfoque le han seguido otras interpretaciones: a) expresión de religiosidad, identificando estos lugares como espacios sagrados donde se celebrarían rituales de culto solar o a los antepasados, para favorecer la fecundidad, o como lugares ceremoniales de carácter funerario o matrimonial; b) función como indicadores territoriales para el control y vigilancia de los pasos naturales, a modo de “señalización”. Lo último no parece tener mucho sentido, pues las personas normalmente se desplazarían por zonas bajas del terreno y no llegarían a advertir la presencia de las pinturas, que no servirían para comunicar un mensaje, ya que los potenciales receptores simplemente lo desconocerían.

Detalle de varios antropomorfos ramiformes.
Es frecuente explicar que debido al paso del tiempo y por tanto a los cambios culturales, ya no somos capaces de comprender el código que sustentaría estas manifestaciones artísticas. Simplificadamente: hemos perdido el “diccionario” que nos permitiría encontrar el significado de estos grafemas. Pero en la actualidad la mayoría de las personas tampoco son capaces de comprender el arte conceptual contemporáneo y suelen negarle cualquier significación. No es, por tanto, un problema cronológico, sino conceptual. De hecho, al mismo tiempo que se realizaban estas pinturas esquemáticas, en otras partes del mundo surgían las primeras escrituras que, sin embargo, han sido en buena parte descifradas. La escritura nació como consecuencia de la necesidad de registrar una gran cantidad de hechos concretos relacionados con la economía: el cobro de impuestos. Estaba pensada por lo tanto para ser entendida objetivamente por un grupo reducido de personas. El código, que permite descubrir el significado, es esencial. En el caso de nuestras pinturas el código era también de uso exclusivo de ciertos personajes, pero tal vez su mensaje no se destinaba a las personas, sino solo a fuerzas sobrenaturales, con un valor subjetivo y mágico.

Este debate puede que no tenga conclusión, pero debemos seguir preguntando. Mientras tanto, es fundamental que entendamos la importancia de conservar las pinturas del Abrigo de La Calderita.

Ver la publicación en hoylazarza.es (noviembre 2015)

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